martes, 6 de abril de 2010

VISIONES SOBRE LA GUAIRA: PAL ROSTI

Pal Rosti fue un viajero húngaro que vino a Venezuela a comienzos de la segunda mitad del siglo XIX (1857). En su obra, Memorias De Un Viaje Por América, se introduce en una descripción profunda que abarca varios ámbitos. A su llegada a La Guaira la describe de la siguiente manera:”El puerto de La Guaira, que sólo está a tres horas de Caracas – la capital del país – en realidad sólo puede llamarse rada; el mar es siempre tumultuoso allí, su fondo no es propicio para anclar, y los barcos tienen muchos inconvenientes, no sólo por las borrascas y bancos de arena, sino también por la broma. No pueden acercarse a la orilla y sólo con mucho trabajo pueden cargar y descargar (…) los negros llevan hasta el barco los sacos de café y cacao – cargándolos a hombros y vadean con el agua hasta el pecho.”
Pasa Rosti a describir las características del clima: “La Guaira (paralelo 10º36’19’’ norte; meridiano 69º26’13’’ oeste) padece todo el ardor de la zona tórrida. Durante el día muchas veces el calor es agotador, y – en ocasiones – hasta en la noche. La temperatura media del año es de 28,1º; en el mes más caluroso alcanza a 29,3º, y en el más fresco es de 23,2º “
Es de hacer notar que el viajero toma en cuenta, coincidiendo con Humboldt, las condiciones del clima para hacer comparaciones con otras realidades. Al respecto afirma: …”Lo que fomenta este calor de La Guaira, y muchas veces lo que hace insoportable, es la ausencia muy frecuente de las agradables brisas marinas (briz), que en La Habana y hasta en Veracruz atenúan los soles más hirientes. Además las estériles rocas –en las cuales se apoya una parte de la ciudad y que por el norte se extienden hasta el mar – caldeándose por los rayos solares se inflaman a modo de hornos candentes.”
También describe el paisaje natural del camino de La Guaira a Caracas de la siguiente manera: “Nuestro camino, serpenteante y bastante escarpado, ora corría entre frondosos y gigantescos árboles, tales como no he visto hasta ahora en tupidos bosques ricos en plantas, ora se deslizaba al lado de sombreadas plantaciones de café, o a la vera de verdes praderas, estériles peñas y profundas hondonada”
Luego nos regala este hermoso pasaje de su visión: “Bajo nosotros estaba La Guaira, con sus casas níveas, sus estériles rocas bañadas incesantemente por las murmurantes olas, más allá, los barcos de la rada, que se mecían inquietos, y alrededor – a lo largo de la costa – verdes colinas con ruinas de fortalezas, chozas de pescadores sombreadas por palmares, y perdiéndose en la lejanía algunos pueblecitos y bosquecillos frondosos”.

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