martes, 6 de abril de 2010

VARGAS EN LA ENCRUCIJADA.

El 8 de Julio de 1835 estalla en Maracaibo un movimiento militar dirigido al derrocamiento del Presidente Constitucional José María Vargas, único civil en ocupar ese cargo durante la primera mitad del siglo XIX.
Denominado Revolución de las Reformas, este movimiento estaba liderizado por algunos caudillos de importante liderazgo como Santiago Mariño y José Tadeo Monagas y otros personajes bien conocidos de la historia como Pedro Carujo, los cuales cuestionaban la presencia del sector civil en el poder político, por carecer de méritos suficientes para la conducción de los destinos del país, debido a la poca importancia de su actuación en la guerra de independencia.
El fracaso del gobierno de Vargas esta íntimamente ligado a la forma en la cual éste arriba a la presidencia. La exclusión del elemento caudillista como factor fundamental de acceso al poder, lo que le restaba de una sólida base de sustentación y la posición del sector militar contraria a la existencia de un gobierno civil, fueron factores fundamentales de dicho fracaso.
El mantuanaje caraqueño había observado en la figura del médico guaireño a un potencial candidato, capaz de capitalizar las aspiraciones de quienes estaban dispuestos a someter al sector militar en los marcos de un Estado civilista.
La existencia de un sistema de votación censitario, que imitaba el acceso al sufragio sólo a quienes poseían bienes de fortuna, garantizaba a Vargas la votación de hacendados y buena parte de los comerciantes e intelectuales; en contra de Carlos Soublette, candidato apoyado por Páez y el sector militar. Esto fue determinante para el triunfo de José María Vargas en una elecciones donde no faltó
El nuevo gobierno que se instala en 1835 tenía una enorme debilidad al no contar con el apoyo de una figura capaz de mantener a raya a una cantidad de caudillos regionales que aspiraba a gobernar al país. Posterior a la derrota de su candidato, Páez quien evidentemente contaba con el respeto del resto de los caudillos regionales, hace pública su decisión de retirarse a la vida privada en su hato de Valencia. Allí, el caudillo llanero recibía constantes informes sobre la situación política y militar del País.
Resulta ingenuo pensar que, con el prestigio y poder que detentaba, Páez se hubiese retirado definitivamente y renunciando a la posibilidad de seguir determinando los destinos de un país que le reconocía como el individuo que garantizaba la convivencia y la gobernabilidad dado el poder que tenía sobre el estamento militar por su astucia en el manejo de las relaciones políticas.
Es así como muy pronto Vargas, quien en reiteradas oportunidades había expresado su rechazo a su designación como candidato presidencial por saberse carente de los elementos de poder necesarios para gobernar a un país con las características que tenía la Venezuela en el siglo XIX, enfrentó la arremetida del sector militar, quienes lograron una audaz alianza entre Bolivarianos y antibolivarianos.

La madrugada 8 de julio el presidente constitucional, detenido en su propia casa, logra reunir al Concejo de Gobierno por intermedio de uno de sus criados, quien logra tramitar la convocatoria escondiéndose y saltando paredes. En esa reunión se tomaría una decisión que determinaría el pronto el restablecimiento del orden: se designa a José Antonio Páez, como jefe de operaciones y comandante jefe del ejercito constitucional de Venezuela.
La reacción del caudillo llanero no se hace esperar. Esta situación lo coloca como el elemento fundamental para la pacificación del país y lo reivindica en su condición de caudillo mayor.
La actuación de Páez en estos acontecimientos ha causado suspicacia en algunos historiadores. El general ya conocía la posición de los alzados quienes le reclamaban como su jefe y le reconocían como la única persona con derecho a gobernar el país. Este, con la astucia política que le caracterizaba, logró imponerse ante los reformistas y restaurar a Vargas en la presidencia, solicitando la amnistía de todos los comprometidos, a quienes se les debía respetar su vida, gradas militares y propiedades.
Restaurado el gobierno, el congreso no acoge las recomendaciones “magnánimas” del general Páez, lo que provoca que la ira de la oposición militar y el recrudecimiento de sus intenciones de derrocar al gobierno. Páez inconforme con la decisión de castigar a los inculpados se muestra indiferente y ofendido ante lo que consideraba un deseo de menoscabar su autoridad y un intento del sector civil de someter al sector militar. Este hecho determina el retiro definitivo del apoyo del Caudillo Mayor al gobierno.
La descripción de algunos historiadores de la reunión quesos tuvieron Vargas y Páez en la residencia del caudillo en Valencia, muestra a un caudillo indiferente ante los planteamientos del Presidente de la República. De ese encuentro, Vargas sale convencido de que su única base de sustentación, el único elemento capaz de mantener la estabilidad del gobierno ya no estaba consigo y anuncia su definitiva renuncia a la presidencia de la República en una comunicación enviada al congreso el 14 de Abril de 1836.
El fracaso del gobierno de Vargas es una muestra de cómo la exclusión del caudillo como elemento definitorio de acceso al poder político en el siglo XIX, deja fuera de control del Estado el monopolio de la violencia y lo traslada hacia lo que el mismo Vargas definía como el sector que gozaba de “el prestigio de las grandes acciones y las relaciones adquiridas en la guerra de independencia...”* esto no es más que el estamento militar y, más aún, quienes dentro de este son capaces de determinar de manera contundente los destinos de un país que recién había salido de la guerra de independencia.


* Carta de José María Vargas “A los señores electores Citado por Francisco González Ginán en Historia Contemporánea de Venezuela, Caracas. Ed. de la Presidencia de la República, 1954, Tomo II, P. 315

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