martes, 6 de abril de 2010

EL GUARAPO ENTRÓ POR MAIQUETÍA


El Litoral Central fue siempre una región propicia para el cultivo de la caña de azúcar, por lo cual durante el siglo XVIII se conformó una importante cantidad de haciendas dedicadas a esa actividad, que se fueron ubicando preferentemente en las actuales parroquias Caraballeda, Carayaca y en las alturas de Maiquetía.
La producción azucarera siempre estuvo limitada al consumo interno, ya que la poca inversión en la tecnificación de su cultivo estableció la imposibilidad de grandes excedentes dedicados a la exportación. No fue sino hasta bien entrado en siglo XIX, cuando se hicieron algunas inversiones en máquinas movidas a vapor y se explotó de manera masiva el producto, al extremo que Camurí (hoy Camurí Grande) fue considerada la hacienda de caña de azúcar más extensa del país en la cual actuaron los inversionistas William Acker, considerado el extranjero más adinerado de su tiempo y Juan Pablo Huizi, vinculado al ejercicio del poder político y miembro de una poderosa familia.
Pero a la par de ello, se desarrolló una importante producción con un amplio mercado interno en su mayoría clandestino: el guarapo. Fue la producción del guarapo la preocupación de las autoridades civiles y eclesiásticas de la época dieciochesca. El Obispo Mariano Martí durante su visita realizada en 1770, afirmaba que la multisápida bebida había sido introducida por Maiquetía en 1741 por un francés, quien la obtenía mezclando agua con azúcar de papelón dejándola fermentar.
El consumo del guarapo se habría generalizado, según el prelado, debido a que el mismo había sido mezclado con otros ingredientes para que se tornara más agrio y fuerte y, además de ello, se conseguía a muy bajo precio, por lo cual era accesible a la “gente pobre y mal alimentada”.
El consumo del popular guarapo se había extendido tanto que el Gobernador Felipe Ricardos sugirió el establecimiento de un estanco, destinado al sostenimiento de un hospital. Era tanto el guarapo que se consumía que el Obispo llegó a afirmar que el mismo acabaría con los indios y tenía perdida a la tropa y aún a los españoles.
Pero el Obispo fue más allá de eso, ya que orientó a los párrocos a censurar el abuso en la ingesta del guarapo en las misas, por lo que el púlpito de las iglesias se convirtió en el lugar desde el cual se combatiría la perniciosa costumbre de libar la espirituosa bebida, y de esa manera evitar los desajustes sociales que ella inducía.
El consumo del guarapo, unido a la proliferación de alambiques ilegales pero de conocida existencia, fue un gran escándalo para la Iglesia, empeñada en combatir los malos hábitos de una feligresía cada vez más dada al consumo de bebedizos y menos dedicadas a las acciones espirituales.
Es de esa manera como, desde hace más de dos siglos y medio, en estas tierras las personas acostumbran tomar su traguito picante para “coger el mínimo”.

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